viernes, 15 de junio de 2018

Parábola del Andén Vacío

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Puedes imaginarlo como te lo cuento, la estación estaba llena como en un día de verano a las ocho de la tarde, cuando todos vuelven y otros tantos se van.
En un momento, como el aire que barre el andén cuando pasa con prisa un tren que no va a parar, se fué quedando sin ruido.
Me asomé, dando por sentado que alguien quedaría, y ví que estaba vacío.
Vacío.
Giré la cabeza y, mientras empezaba a ser consciente de haberme quedado solo, la ví venir.
La tristeza ya estaba llegando como un tsunami. Si me parase un rato a pensar podría decirte a qué me agarré y de donde saqué fuerzas para resistir.
Viéndolo ahora, desde dentro, parece que todo ha pasado.
Durante mucho tiempo, bien lo sé yo, he caminado con la tristeza hasta el ambligo, empeñada en su inundación. Algunos días hasta la nuez, si conseguía caminar de puntillas.
Veo la foto y no consigo entender porqué sigo teniendo la sensación de caminar con el agua por encima de las rodillas.
No sé el tiempo que me quedaré en esta estación, intentando adecentarla, pero siempre he sido consciente que hay mucho más tras estos muros.
Y que en algún momento puede que salte aquella pared, o me quede disfrutando de un gran día de sol aquí sentado, si lo necesito puedo pedalear con rabia y los ojos apretados,  o quizá, cuando pase un tren,  consiga salir al andén....
.... y subirme.



(Pequeña historia de grandes pérdidas)

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